Alguna vez escuché decir que una de las razones por las que una persona suele tener miedo a hablar en público es que, en ese momento, tendrá sobre sí la atención de decenas, centenares o miles de personas.
La presión puede ser insoportable.
Esa presión proviene de una energía que proviene de los llamados "espejos del alma": la mirada. Que un enorme grupo de personas te mire con atención, te detalle, te juzgue y saque conclusiones acerca de quien eres y lo que haces, es motivo para que cualquier inocente empiece a sentir que sus fuerzas flaquean.
Ante esta situación, el consejo de los expertos era: No los mires a los ojos. Frente a un auditorio, lo ideal era "mirar al infinito, por encima de las cabezas". No mirar a los ojos es un remedio similar a aquel que piensa que no sentirá vértigo al borde de un abismo porque "no mira hacia abajo". Como si "no mirar" pudiese acabar con la idea de que, en efecto, estamos y seguimos al borde del abismo. Del mismo modo, mirar por encima de las cabezas tendría que darnos la sensación de que nuestros interlocutores no están allí.
Una idea por demás inocente, ¿no?
Hace poco, conocía de un buen amigo el siguiente verso:
El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada.Gustavo Adolfo BécquerMe encantó. Creo honestamente que retrata con fidelidad de lo que trata el poder de la mirada, de su capacidad para transmitir emociones, de comunicar ideas, de conectarnos con el otro. La mirada es la posibilidad de recordarle a nuestra audiencia que es a ellos a quienes nos dirigimos, que tenemos un genuino interés en comunicarnos con ellos.
Queremos que exista esa conexión. Que el intercambio de ideas y emociones nos lleve a nuestro objetivo en este proceso de comunicación: informar, aprender, persuadir... Y el contacto visual, compartir una mirada con el otro es fundamental en ese proceso.
La mirada es una energía muy potente. Es de expertos administrarla correctamente y lograr que cada uno de los interlocutores sienta que la comunicación era tan diáfana y clara como ese momento en que logramos hacer contacto visual con ellos.
Mira a los ojos. No es sencillo: no estamos acostumbrados a sostener la mirada. Hay personas que tienen una mirada profunda, "pesada", casi incómoda. Otros, una mirada esquiva, tímida.
Que tu mirada transmita confianza es una tarea que requiere de práctica:
- Colócate frente a un espejo y observa tu rostro con detenimiento. Mira tu reflejo y piensa en lo que transmite. Observa tus ojos, descríbelos con detalle. ¿Son grandes, expresivos? ¿Tienen ya pequeñas arrugas? ¿Cómo son y cómo te sientes frente a ellos?
- Piensa en momentos o situaciones agradables y observa como cambia tu rostro y tu mirada. Luego, recuerda alguna situación incómoda y nota los cambios en la forma de tus ojos.
- Haz el esfuerzo consciente de sostener la mirada durante más tiempo en las conversaciones que tienes con pequeños grupos de amigos. Trata de no distraerte (y mucho menos con el teléfono móvil).
- Toma una cámara fotográfica y tómate varias "selfies" (auto-fotos) en las que tu mirada tenga varias intenciones (serio, molesto, alegre, aburrido, por ejemplo). Compáralas y pregúntate si hay algún cambio evidente.
- Piensa en sonreír, pero solo piénsalo. Intenta que ese pensamiento se refleje en tu mirada...
Estos ejercicios buscan que te hagas consciente de los microgestos que te acompañan y que reflejan en tus ojos ciertas actitudes que la gente percibe casi sin darse cuenta.
Practica tu mirada: dice mucho más de lo que piensas.
La ilustración es de Raul Gallego
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