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lunes, 24 de febrero de 2014

Información vs. emoción
Una de las cosas más maravillosas que tiene aprender a hablar en público es que cada proceso de comunicación que se inicia con la audiencia resulta ser una experiencia provechosa en muchos aspectos.
1. El mejor orador es capaz de no solamente brindar información acerca del tema al que se refiere. También es capaz de recibir, procesar y valorar otros puntos de vista, incorporándolos a su discurso, enriqueciéndolo. Además, quien logra este nivel de compenetración con su público tiene una herramienta estupenda para relacionarse positivamente con ellos: el agradecimiento. Una buena pregunta, capaz de suscitar la reflexión y la discusión siempre se agradece y nuestra audiencia se sentirá valorada.
2. Quien realiza una presentación eficaz no sólo comparte información y puntos de vista. No son argumentos puramente racionales los que conforman una presentación. También comparte emociones, sensaciones, sentimientos. A veces a través de la argumentación, con historias o metáforas. Pero sobre todo a través de algunos aspectos de su comunicación no verbal: los gestos de su rostro, sus manos, su tono de voz o su intensidad.
Ese intercambio de emociones hace única cada presentación y a cada presentador. Es lo que diferencia entre sí a los vendedores que trabajan para una misma empresa, o a las personas que les corresponde realizar conferencias en jornadas de temáticas similares.
No digas lo que sientes
Sin embargo, no se trata de “decir lo que sientes”. De nada vale expresar todos nuestros sentimientos o emociones sin que nuestra actuación en escena lo refleje. Incluso, la profusión en detalles relacionados con nuestras emociones puede llegar a descalificarnos como presentadores, ponernos bajo sospecha.
En realidad, lo que debemos hacer es “sentir lo que decimos”. Si nuestro producto o servicio realmente nos emociona porque estamos convencidos de sus ventajas, entonces nuestro tono, nuestra corporalidad, deben ir acompasados con esa sensación de bienestar que tenemos y que queremos transmitir. Solo así convenceremos a nuestros interlocutores de lo que estamos diciendo.
¿Qué emoción quieres transmitir?
Sin embargo, hay que tener cuidado con este tema de las emociones porque no todas son particularmente productivas. No todas generan empatía y en algunos casos podríamos incluso ahuyentar a quien nos escucha. Las emociones no son otra cosa que cambios en nuestro estado de ánimo, provocadas por un estímulo externo o interno (un pensamiento o un recuerdo cambian increíblemente nuestro estado de ánimo, por eso es tan importante tener conversaciones positivas con nosotros mismos) y la reacción de nuestro organismo dependerá del tipo de emoción que se active ante dicho estímulo.
Estas son las emociones primarias y sus derivaciones:
1. Cólera: enojo, mal genio, atropello, fastidio, molestia, furia, resentimiento, hostilidad, animadversión, impaciencia, indignación, ira, irritabilidad, violencia y odio patológico.
2. Alegría: disfrute, felicidad, alivio, capricho, extravagancia, deleite, dicha, diversión, estremecimiento, éxtasis, gratificación, orgullo, placer sensual, satisfacción y manía patológica.
3. Miedo: ansiedad, desconfianza, fobia, nerviosismo, inquietud, terror, preocupación, aprehensión, remordimiento, sospecha, pavor y pánico patológico.
4. Tristeza: aflicción, autocompasión, melancolía, desaliento, desesperanza, pena, duelo, soledad, depresión y nostalgia.
Debes pensar en cuál es el objetivo de tu presentación y lo que esperas generar en tu audiencia. ¿Deben sentirse indignados por la información que están recibiendo? ¿O más bien aliviados por la solución que les ofreces? ¿Tu público se mueve por obtener placer o por evitar el dolor?
No dejes de pensar en esto cuando te enfrentes a diseñar tus presentaciones. Conecta con tu audiencia y aprende a disfrutar de ese momento de intercambio de información y emoción al que te vas a exponer.

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