Decidimos cómo sentirnos
Leía por ahí hace poco que es muy difícil, sino imposible, cambiar las cosas que ocurren a nuestro alrededor. La mayoría de las veces no depende de nosotros. Sin embargo, lo que sí es, no sólo posible, sino casi una responsabilidad, es decidir cuál será la actitud que tendremos frente a esos hechos que nos rodean.
Es un asunto de inteligencia emocional. Es cierto que somos seres pensantes, pero en realidad, como dice mi amigo Carlos Rosales, primero somos animales, emociones, hormonas. Una mezcla de sentimientos que luego, y solo luego, tiene una máquina para pensar en la cabeza. Y el asunto estriba en entender lo que sentimos. Comprender qué es lo que sentimos y por qué.
Hablar en público es…
Y usted llena el espacio en blanco. Por lo general, tenemos dos opciones:
La primera opción es la que suele tomar la mayoría: Hablar en público es espantoso. Una experiencia aterradora, paralizante, traumática, terrible. Y siga usted colocando adjetivos. De hecho, el miedo es la reacción “casi lógica”, la más normal, que tenemos los seres humanos cuando nos sentimos expuestos. Y no puedo negar que yo también la he sentido. Nos lo repetimos todo el tiempo, casi como un mantra.
La segunda opción es minoritaria: Hablar en público es una gran oportunidad, una experiencia increíblemente satisfactoria, gratificante, placentera... No les suena, ¿verdad? Resulta complicado cambiar paradigmas. Parece casi un oxímoron: Presentación placentera.
¿El huevo o la gallina?
Hay muchas cosas que podemos ir haciendo para superar el miedo escénico, desde practicar con nuestra respiración, llegar temprano al lugar, conversar previamente con algunos de los presentes, y practicar, practicar, practicar… Escribir, tomar notas, estudiar, esquematizar, prepararse. Y evaluar bien cuál es el efecto que tendría un posible fracaso en nuestra intervención (a veces sobrevaloramos el hecho de meter la pata, es posible que en realidad las repercusiones no sean tan graves).
El asunto es que, para combatir el miedo, hay que estar preparado… pero, ¿mientras tanto?
Mientras tanto: deja de repetirte que todo va a salir mal.
Está comprobado que nuestro organismo responde a nuestros pensamientos prácticamente de la misma forma a como si estuviéramos, en efecto, viviendo la situación. El cuerpo, en la práctica, no sabe identificar si el miedo que siente es porque está en una situación de peligro o porque se está imaginando en una situación de peligro. El mejor momento para entender esto es cuando estamos en reposo, en vigilia o incluso cuando soñamos. Todo ocurre en nuestra mente, pero nuestros pensamientos son tan vívidos que nos despertamos asustados, con la respiración agitada, luego de una pesadilla.
Entonces, mi consejo es que empieces a visualizar el día de la presentación, el momento de la conferencia, y disfrutar de tu momento de gloria. Admira la forma tan desenvuelta como te expresas, tus ideas fluyen de forma contundente, tu público está concentrado, enfocado en cada cosa que dices, y tu cuerpo se siente genial mientras hablas. Terminas de hablar y llegan los aplausos, la gente se acerca a felicitarte, a agradecerte por tus palabras tan oportunas y esclarecedoras…
Tu cuerpo y tu mente se irán acostumbrando a la idea. Dejarás atrás aquella otra idea que antes te molestaba y será más sencillo relajarte. Aprenderás a gozar de ese precioso momento que es acercarte a la gente y compartir ese rato con ellos.
Visualiza el éxito y disfrútalo.
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