¡Hablemos sobre tu entrenamiento ahora!

¡Hablemos sobre tu entrenamiento ahora!
martes, 17 de junio de 2014

Una de las primeras lecciones que recuerdo de la época en que era apenas un niño y aprendía a leer, se llamaba "Normas del buen oyente y del buen hablante". Recuerdo a la maestra Elizabeth explicando lo importante que era ser educados al momento de comunicarnos con otras personas, respetuosos y atentos.

Me llama la atención porque, siendo de las primeras cosas que le enseñan a uno en el colegio (y en la casa también, considerando que es un asunto de cortesía básica), tengamos tan pocas habilidades para escuchar y hablar de forma efectiva. Que sepamos sacar realmente provecho de nuestros procesos de interacción con otros. En dos platos: que nos entendamos. Porque los malos entendidos están a la orden del día.



¿Por qué no escuchamos?

Antes de comenzar, hay algo que es importante reconocer en este punto: no escuchamos. No nos gusta escuchar. De hecho, muchos leerán esto y dirán "Claro que no, yo sí escucho". Nuestro afán por tener razón y no sentirnos culpables nos llevaría incluso a sentirnos tentados a no seguir leyendo. Justamente, porque no queremos escuchar...

¿Por qué no escuchamos entonces? Creo que todo se reduce a esto:

  • Escuchamos lo que nos gusta, lo que nos conviene y nos interesa. El proceso de selectividad sensorial nos lleva a reaccionar de formas muy distintas si escuchamos algo con lo cual estamos de acuerdo (allí prestamos atención, seguimos con interés el discurso, incluso aplaudimos). Si estamos frente a ideas que nos parecen disonantes, de inmediato dejamos de escuchar para empezar a procesar argumentos que nos permitan rebatir las ideas del otro, llegándolo a interrumpir, dado el caso.  Y esto nos lleva a nuestra segunda razón...
  • Tenemos miedo a cambiar de opinión. Al parecer, nuestra opinión, nuestras posturas, nuestras creencias, deben ser inamovibles. Escuchar al otro significa poner en riesgo nuestro sistema de creencias, nuestros paradigmas. Creemos que tenemos la verdad en nuestras manos, y por supuesto, el otro seguramente debe estar equivocado. Es doloroso asumir que otro tiene razón, y peor aún, que el que estaba cometiendo el error era yo.
Y esto se resume a una sola razón:

No queremos escuchar

Es decir, es un asunto de voluntad, de deseo, de ganas de hacerlo. Y no, no queremos. Luego, nuestro cuerpo y nuestra mente hacen lo impensable para dejar de escuchar lo que no nos gusta. Por ejemplo, argumentamos nuestro rechazo hablando de la persona, de su carácter, de su imagen, de su forma de hablar, sin entrar en lo que realmente está diciendo. Nos fijamos en detalles tontos mientras nos alejamos del argumento principal. Dejamos que nuestras emociones se apoderen de nosotros para cortar o dificultar los procesos de comunicación o simplemente empezamos a pensar en otras cosas.

En fin, nos olvidamos de lo más importante: ser empáticos.

Escuchar activamente requiere de actitud. Más allá de las técnicas, se trata de una posición ante la vida que no es a la que estamos acostumbrados. Necesitas apertura, curiosidad, flexibilidad y humildad. 

Estar dispuestos a ponerse en el lugar del otro, a comprender sin prejuicios, a evitar las suposiciones y no sacar conclusiones apresuradas, a dejar de ser críticos con todo lo que vemos y escuchamos, respetando al otro por encima de todo. 

No fue lo que aprendimos, es verdad. Pero si deseas aprender a hablar, mejor será que comiences por aprender a escuchar.

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