¡Hablemos sobre tu entrenamiento ahora!

¡Hablemos sobre tu entrenamiento ahora!
lunes, 21 de julio de 2014


"En el siglo XVIII vivió en Francia uno de los hombres más geniales y abominables de una época en que no escasearon los hombres abominables y geniales. Aquí relataremos su historia. Se llamaba Jean-Baptiste Grenouille y si su nombre, a diferencia del de otros monstruos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouchè Napoleón, etcétera, ha caído en el olvido, no se debe en modo alguno a que Grenouille fuera a la zaga de estos hombres célebres
y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaban a un terreno que no deja huellas en la historia: al efímero mundo de los olores.

En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata, las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre, las curtidurías, a lejías cáusticas, los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas
apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las
plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo, el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, si, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor."

Así comienza la novela "El Perfume, historia de un asesino", de Patrick Suskind. Es una novela que atrapa desde el primer instante. Un clásico, sin más, llevado incluso a la pantalla en una versión que, para ser honestos, no le hace honor al libro. Y les voy a decir porqué...

Una de las virtudes, si no la mayor virtud, de esta novela, es la capacidad que tiene el autor para usar las palabras de modo tal logra hacernos vivir dentro de esa París del siglo XVIII. Viajamos en el tiempo y podemos imaginar perfectamente el lugar, sus gentes, sus paisajes, y sobretodo, sus olores. De forma magistral, parece que el sentido del olfato se activa ante la descripción precisa y acuciosa de cada efluvio. El uso de símiles, metáforas y otras figuras literarias permiten que nuestro cerebro reaccione tal y como si el estímulo fuese real, es decir, como si ese olor estuviese siendo percibido por nuestra pituitaria.

Algo que el director de la película no pudo hacer... La belleza de este libro radica en su capacidad para hacer que nuestro cerebro despierte ante un estímulo insospechado, que la película fue incapaz de reproducir.

¿Lo está?

Las palabras pueden cambiar tu cerebro, es el título del libro escrito por Mark Waldman y Andrew Newberg. El primero es Profesor de Comunicación y miembro del Programa Ejecutivo del MBA de la Universidad de California, Los Angeles. El segundo es director del Centro de Medicina Integrativa Myrna Brind de la Universidad Thomas Jefferson. En él, explican la llamada "Comunicación compasiva", basada en la sinceridad y el respeto al otro.

Ambos estudiaron el efecto que tienen las palabras sobre el cerebro y cómo este reacciona al segregar hormonas y neurotransmisores causantes del estrés o de la felicidad, según sea el caso. El asunto es que, aunque parezca obvio, las palabras no solo generan emociones sino que crean realidades a las que el cuerpo reacciona porque lo más curioso es que el cerebro no sabe distinguir entre realidad y estímulos "mediatizados". Lo que escuchamos, creemos que es verdad. Lo que vemos en televisión, también. En el cine, cuando nos asustamos, el cuerpo lo vive como si de verdad se encuentra en peligro.

Imaginen ahora la relevancia que tiene para cualquier orador el estar consciente del poder que tiene cada una de las palabras que dice...

¿Quieren leer los artículos sobre este tema? Se los dejo acá:
Las palabras pueden cambiar su cerebro, de La Tercera
El poder de las palabras y su impacto en el cerebro, de El Tiempo

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